La sociedad cullense de Laguna Paiva
La visión descriptiva de esta época (década del '60) no sería completa si dejáramos de mencionar algunos elementos típicos del paisaje urbano que, como la pasarela, el paso a nivel y el cabín, la plaza y la estación todavía perduran, pero sin el valor que tenían en ese entonces, tanto por el servicio que brindaban a la comunidad, como por la función social que cumplían dentro de la misma.
Cómo no recordar a la pasarela que, además de posibilitar un tránsito seguro y rápido por la zona ferroviaria, les permitía a los más pequeños, desde la altura, jugar y tratar de asir con sus manos el humo de las estruendosas locomotoras a vapor, al tiempo que avizorar el horizonte circundante que crecía en la medida que subían por sus peldaños de madera, presurosamente o no, pero siempre aferrados a la mano segura del abuelo, del papá o del padrino. Pero la pasarela fue, también, junto con su condición de obligada referencia utilizada por sus vecinos de Villa Talleres para ilustrar a su circunstancial interlocutor sobre la ubicación de su vivienda, el lugar de encuentro de parejas y hasta un motivo de atracción turística para los que llegaban de visita al pueblo y deseaban atrapar su imagen en una placa fotográfica.
Cómo olvidar el paso a nivel, ignorado mientras sus barreras permanecían en lo alto, pero responsable de largas, reiteradas y enojosas esperas cuando sus delgados brazos -de madera o metal- bajaban para anunciar el paso de un tren o el momento de una inesperada maniobra que se convertía, en algunos casos, en aliada de quienes la utilizaban como excusa para una tardanza injustificada.
Y cuando ello ocurría, el tráfico se interrumpía. Vehículos de todo tipo, como un número creciente de sorprendidos transeúntes se acumulaban a uno y otro lado del mismo, ocupando un espacio cada vez mayor de las calles Moreno y Entre Ríos, nexo inevitable entre los llamados Pueblo Nuevo y Pueblo Viejo.
Entonces, salvo algunos osados peatones o automovilistas que, sin mediar consecuencias, se las ingeniaban para superar ese obstáculo, la mayoría se resignaba a esperar. Esto traía consigo encuentros, saludos y diálogos imprevistos, pero también enojos y recriminaciones que tenían por destinatarios a los responsables visibles de ello: cambistas y cabineros, maquinistas y guardas. Sobre alguien había que descargar, claro está, la bronca generada por esa situación...
Más allá de lo expuesto, la pasarela y el paso a nivel fueron, sin duda alguna, los cordones umbilicales que mantuvieron unidas lo que algunos llegaron a considerar como dos realidades separadas por el trazado de las vías férreas que, con dirección norte-sur, atraviesan parte de la planta urbana.
La recordada Danza Húngara nº 5 invadía el aire de la plaza
de Laguna Paiva, dando inicio a la llamada
"vuelta del perro".
La plaza y la estación, en cambio, formaban parte, junto con la Comisión dominical de la propaladora Normandíe que se ponía en marcha a las 19 horas con la Danza Húngara N° 5, de la tradicional "Vuelta del perro", un ritual en el que:
"..los jóvenes, parados a ambos lados de las veredas perimetrales de la plaza, observaban atentos el paso de las chicas que, tomadas del brazo y en una especie de juego de seducción, se desplazaban preferentemente por el sector delimitado por las calles Maipú y Alberdi.
Cuando algún muchacho se incorporaba al paseo para acompañar y conversar con la joven de su preferencia, la caminata se extendía por la otra mitad, donde la luz era más tenue y las palabras tomaban otra dimensión…”
Este recorrido era complementado por buena parte de los caminantes con la espera del tren que iba a Retiro (Buenos Aires) o del que, proviniendo de allí, se dirigía rumbo a Tostado (Santa Fe), dependiendo ello del horario con el que llegaran a la estación local uno u otro.
Cumplida esta escala, retomaban a la plaza para continuar con el paseo que llegaba a su fin con el tema musical que identificaba a la citada publicidad:
"..el cual marcaba el cierre de lo que constituía todo un acontecimiento social para la juventud, al tiempo que la recordación para las mujeres del consejo dado por la mamá, al momento de salir de sus respectivos hogares: -Nena, cuando termine la publicidad, te venís enseguida para casa...!”
La repetición de este tradicional paseo, enriquecido permanentemente por un cambiante vestuario o por un pequeño y esmerado arreglo dominguero de quienes participaban en él jugó, junto con los cines y los bailes a plena luz que organizaban clubes e instituciones del medio, un papel importante en el conocimiento y posterior formación de no pocas parejas que hoy recuerdan, con algo de nostalgia, ese tiempo que les tocó vivir.
Fuente: PAUL, Oscar. "El proceso fundacional de Laguna Paiva".
Santa Fe, Imprenta Lux SRL - Marzo 1997.-
Fotografía Paso a Nivel: Colaboración Roberto Rivero
Colaboración: Aldo Vega